El amor entre los dioses griegos, una cita en la vida campestre.

zeus y afrodita

Era común en aquel tiempo en que vivía el fantasioso Homero, salir a caminar por el campestre territorio que rodeaba la vivienda de los dioses. Práctica saludable, camino a la aventura. No fue de extrañar, en consecuencia de ello, que el vigoroso Zeus, dios del cielo, levantara su mirada hacia el templo celeste, radiante por un cálido sol, para avivar sus pasos. Las ovejas de su rebaño familiar corrieron mansas a su encuentro. La sonrisa de Zeus puso alegría a sus pasos. El báculo era su habitual apoyo, para no incurrir en imprudente maniobra. Por aquellos lejanos tiempos nada había que temer para frenar el entusiasmo de una marcha signada por la aventura.

Zeus ostentaba y hacía gala de un buen humor galano. El manto celeste cubría sus sueños de ferviente enamorado. Iba en busca de una nueva aventura que lo llevara al paraíso inesperado.  La aventura era su signo. Así marchaban sus pasos, cuando un alegre pastorcillo corrió a su encuentro. Que haces, Mandril, tan temprano, sin temor alguno, de que un feroz animal pueda sorprenderte en tu marcha. Era Zeus quien había querido ser prudente con en su mensaje. Por eso te busco, Oh grande Zeus, que conoces los misterios todos que cubren ese cielo donde habitan tus dominios terrenales. Fueron precisas y acertadas las palabras con que le respondió Mandril a su augusto dios. Qué suerte haberlo encontrado.

Iremos juntos, querido niño. Me servirás de compañía. Me ayudarás a encontrar, con tu fina y precoz intuición, lo que estoy buscando en jornada tan luminosa como prometedora. Y qué buscas, admirado maestro, le respondió Mandril, en este majestuoso territorio. Qué puedes precisar, teniéndolo todo a tu mano. Bien sabes que lo todo aquello que te propones se hará realidad de inmediato.

No lo creas, pequeño. La majestad que me acompaña. La inmensidad de mis dominios. La luz celeste que ilumina mi camino. Todas esas bondades que me ha brindado la providencia, no son suficientes para saldar el vacío de una vida que sufre de soledad.

Mandril miró a su poderoso dios con gran sorpresa. Solo estaba él, huérfano desde niño, sus padres lo había dejado a su suerte. Era el dolor de su tierna vida. Se produjo un silencio significativo: pero, finalmente, Mandril se animó y le transmitió esa impresión juvenil, esperando respuesta.

Te equivocas inteligente amigo. Yo Zeus seré grande en todos los aspectos. Careceré necesidad de unos padres, dioses también que hace tiempo me dejaron confiando que los poderes con que me colocaron en la vida, serían suficientes. Pero la soledad de un dios es más grande que la del simple campesino, privado de bienes y de poder, pero acompañado siempre por una joven mujer que le alegre la vida. Entre la gente simple, son siempre simples las soluciones. Los problemas no existen, ni son significativos. Pero entre los grandes de este mundo, el temor y la desconfianza es lo que priva a la hora de encontrar un joven amor sincero, que obre a partir de la verdad, y no por el maligno interés, que a nada bueno conduce.

ES MANDRIL QUIEN AYUDA A ZEUS

Si este es tu problema, Oh! Grande Zeus, será probable que pueda ayudarte. Si bien soy pobre de bienes, no lo soy de conocimiento del género humano, a pesar de mis cortos años. Supongo que no debo encontrar para ti una joven campesina, para pareja, sino una diosa, que esté a la altura de tu señorío y de tus pretensiones. Esos fueron las sensatas palabras de Mandril.

No te fíes en las diosas, querido Mandril. Son falsas, aunque ellas sean muy bonitas. Ese fue el pensamiento que expuso Zeus. Te parece Oh! Grande dios –respondió Mandril-  que Afrodita no será confiable, de acuerdo a tus sabios conocimientos, siendo ella tan hermosa y tentadora. No la conozco personalmente. Se de su hermosura, pero ignoro su carácter y sus intereses. Las palabras de Zeus obligaron a Mandril a ser rápido en su accionar, para no dejar desamparado al angustiado Zeus.

Entonces Mandril fue al encuentro de Afrodita. Hablo con ella, y se enteró que, además la diosa se hacía llamar Venus. Esa duplicidad nominativa lo desconcertó. Siguió Mandril indagando a Afrodita, pero ella le ocultó que era hija de Zeus y de Dione. Cuando Afrodita supo cual era la pretensión de su padre, se le encendió la cara, y comenzó a maquinar una aventura que la divertiría mucho. Entonces la diosa le respondió a Mandril que aceptaba gustosa la propuesta ¿Cúales serían las intenciones de una mujer tan bella como experimentada?

Mandril fue el encargado de concertar la cita. La pareja de dioses acordaron lugar  -una caverna oculta en lo alto de la montaña- , también la vestimenta: ambos desnudos de ropa alguna, para despertar el deseo. Tampoco olvidaron los finos detalles del encuentro: la caverna tendría que encontrarse impregnada con el aroma esencias naturales que llenara de imágenes provocativas la mente del padre y de su hija.

Mandril acompañó a los dioses al lugar indicado, luego de una breve presentación de circunstancias.

Dentro de la caverna Zeus miró a su ambiciada amante y descubrió que, siendo tan bella, carecía de órganos sexuales. Ocurre que el dios Crono había cercenado los órganos de Afrodita, cuando esta emergió del mar y  los había arrojado al lugar desde donde había aparecido al mundo esa mujer tan impactante.

Ante la sorpresa de Zeus, Afrodita comenzó a divertirse. Tu eres mi padre, por eso es que estoy cerrada a tu órgano viril. Yo te amo, pero solamente como tu hija, con amor filial. Hazme el amor a tu manera, sin profanar nuestra historia.  Admírame como todo hombre admira a una mujer hermosa.  Cántame como lo hace todo padre para alegrar a sus hijos. Averigua mi historia y sabrás que estoy casada con el dios Éfeso. Ello me obliga doblemente a no cometer un adulterio incestuoso.

Zeus quedó muy impresionado con la historia que estaba escuchando. Impresionado pero también feliz. Experimentó por primera vez en su vida, el transparente goce del amor filial. El placer inmenso de admirar a la hija que había concebido con su esposa la diosa Hera. O quizás no con su esposa, sino con las múltiples amantes que Zeus había frecuentado en su vida.

El gran dios Zeus tuvo el placer de poder divulgar por el mundo esa gran verdad, según la cual, el amor a un hijo es inconmensurable, puro y difícil de reemplazar.  Pero como tenía experiencia, también sabía que el amor erótico es irremplazable en la vida de los hombres, suponemos que también lo es para las mujeres.

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