Completo análisis de «El Proceso», de Franz Kafka

Análisis de El Proceso de Franz Kafka

Franz Kafka era hijo de una mujer de alcurnia y de un comerciante rural, ambos judíos. Creció en el seno del imperio Austrohúngaro y continuó casi toda su vida en un territorio colmado de diferencias religiosas y políticas, sobre todo con los alemanes. En 1901 comenzó la carrera de Derecho y Germanística en la Universidad de Praga, donde conoció a Brod, Pollak, Welltsch y Baum. Allí escribe “Descripción de una lucha”, donde muestra la influencia recibida de parte de Goethe, Tolstoi, Nietzsche, Flaubert, Kierkegard, entre otros autores que fueron parte de su repertorio literario desde temprana edad. Trabajó en una compañía de seguros como abogado y luego en la administración pública, donde permaneció hasta su desaparición física.

 

El Proceso fue publicado en 1925 en alemán, versión que quedó sin corregir por el propio Kafka, fallecido un año antes.

 

Contexto histórico de la obra

Kafka nació en Praga; como ya explicáramos en La metamorfosis, de este mismo autor, la ciudad, perteneciente al Reino de Bohemia, era el centro del imperio Austrohúngaro. Ya señalamos también que Kafka fue testigo de la Primera Guerra Mundial y sus atrocidades, desencadenada, justamente, por ese imperio, tras la invasión a Serbia. La mayoría de los gobiernos imperiales, casi sin excepción, se caracterizaron por poseer enormes y siniestras burocracias, donde el sistema era más importante e imponente que las personas, más predominante que los ciudadanos. Su historia personal, sobre todo el maltrato y desprecio propinado por su padre tal vez haya sido otro factor determinante para querer reflejar la injusticia y las falsas acusaciones en la obra en análisis. Muchos intelectuales elevaron la voz en contra de las atrocidades de la beligerancia y del abuso de los colonizadores, fila a la que se sumó Franz Kafka.

Argumento de «El Proceso»

Josef K. es un empleado bancario que despierta una mañana sin la habitual visita de su cocinera, quien solía despertarlo con el desayuno; algo sorprendido por lo irregular del suceso, entredormido y confuso, llama a su ama de llaves sin éxito. En su lugar ingresa un hombre desconocido, calzado en un traje negro, fornido y no propenso a responder a las preguntas que espeta tímidamente Josef K.

Toda las escenas son seguidas por una vecina de enfrente, que observa desde la ventana. El hombre de negro se dirige a la habitación contigua e informa a otro desconocido que el protagonista quiere que su empleada le lleve el desayuno, lo que provoca las sonrisas de los misteriosos hombres. Ofuscado, Josef K. se levanta de la cama y camina hasta la sala, donde se encuentra con la imagen del otro visitante, también vestido de profundo negro, que en tono severo le aconseja que se quede en su cuarto y le comunica su detención, aunque no la razón que ha motivado la medida.

Josef inicia una sesuda defensa de sus derechos remarcando el abuso a que estaba siendo sometido. En tanto, ingresa la propietaria de la casa que al ver la escena decide retirarse con la misma premura con la que entró. Josef K. es víctima de una confusión cada vez más profunda; decide elevar el tono, muestra sus documentos y exige los de los guardianes desconocidos, aunque sólo recibe improperios y la explicación de que sólo son subalternos a quienes no le interesa más que cumplir la misión encomendada, sin indagar las causas de tal tarea. Solicita hablar con sus superiores pero no obtiene ningún éxito. Sobresaltado por la venia en forma de grito de uno de sus guardianes, es informado que ha llegado el supervisor de los agentes de la ley; se le exige que para presentarse al mismo, debe hacerlo con un saco negro, a lo que Josef K. responde con ofuscación aunque con resignación. La sala se transforma en un cuarto de interrogatorio y además del supervisor y los vigías se encuentran tres jóvenes. Juego breve de preguntas y respuestas dirigidas por el supervisor; juego extenso de preguntas sin respuestas dirigidas por Josef K.; ninguno se identifica ni puede explicar los motivos de la detención, todos cumplen órdenes aunque ni siquiera comprenden las causas, aunque las “saben” justas, aunque en definitiva, no le interese demasiado. El anciano mirón de la ventana de enfrente ya no esta solo: otro anciano y un hombre corpulento se muestran también atentos a los acontecimientos.

El supervisor concluye su visita, cuya razón ha sido la de informarle que estaba detenido, pero nada más.

Antes de partir le dice a Josef K. que puede ir al baño y a trabajar, mientras el protagonista descubre que los tres jóvenes testigos eran empleados de la entidad bancaria en la que él presta servicios, a quienes no había reconocido en el entrevero. Con ellos parte hacia al trabajo. Al regreso decide hablar con su casera y con una joven vecina sobre lo sucedido. Pronto le informan sobre su primera citación judicial; camino a comparecer a ella se cruza, en diferentes lugares, con los tres empleados bancarios que han estado en su habitación junto con los vigilantes. El lugar al que fue citado peca de surrealismo: un caserío de puertas abiertas y plagado de niños jugando, sin indicaciones que permitan adivinar cuál era el sitio en el que debe presentarse. Inventa un nombre ficticio para ir conociendo los lugares hasta que en uno de ellos, para su asombro, lo invitan a pasar; luego de recorrer largos pasillos llenos de gente de lo más extravagante, se enfrenta a un estrado con un hombre gordo, quien le indica que ha llegado una hora tarde. La instrucción se desarrolla con los mismos ribetes de absurdo.

Todo el relato es una sucesión de hechos inverosímiles y siniestros que rodean al personaje; desde hallar a sus vigilantes azotándose porque él se había quejado de ellos ante el tribunal, la visita de un tío lejano, hasta la súbita aparición de un abogado que se autodenomina su representante. Una noche llegan a su casa dos hombres en su busca. Josef K. opone cierta resistencia. Una mano en la garganta y un cuchillo en el corazón fueron los últimos gestos visibles del proceso, el epílogo de una serie de malentendidos dentro de una maquinaria siniestra, que por error, se termina deglutiendo la vida de un hombre, otra de tantas.

Conclusión

Kafka conoce la burocracia de cerca, dado que es parte de ella al trabajar para el gobierno; conoce los procesos legales gracias a sus estudios universitarios. Kafka describe una realidad, común a los gobiernos omnímodos. El proceso fue escrito, junto a La metamorfosis y La condena, durante el tiempo de la Gran Guerra. El proceso refleja la deshumanización, la despersonalización del hombre, hecho número, estadística, abstracción. Simboliza la asunción de la culpa por parte de un inocente que sucumbe ante el aparato persecutor. Y Kafka hace su proclama desde el absurdo: al igual que en La Metamorfosis, el personaje despierta para descubrir que su vida ha cambiado, hasta el desenlace trágico y final.

Un comentario

  1. Excelente con mayúscula la información presentada, como así también el nivel académico de cada una de las publicaciones. Les felicito y hago votos a fin que continúen en tal meta para vuestra ventura propia como para vuestra acción de esparcir tantas magnas semillas en tierras fértil. Muy agradecida por el informe consultado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *