1. LA TIA JULIA Y EL ESCRIBIDOR (1977)
Vargas es un joven peruano que trabaja en Lima como director de informaciones en Radio Panamericana. Su tarea consiste en recopilar notas periodísticas y, realizar notas a partir de esas fuentes, junto a su amigo Pascual. Estudia derecho, pero no lo motiva, como le ocurrió en su tiempo de estudiante a Mario en su vida real.
El Vargas de la novela vive con sus abuelos, y almuerza los jueves con su tío Lucho. Un jueves se encuentra en el restaurante con la hermana de Lucha, es decir su tía, que se llama Julia. Se acaba de divorciar en Bolivia y se encuentra sola a la búsqueda de nuevos horizontes sentimentales. Vargas es un joven comprensivo y sensual, que invita a su tía al cine, intentando consuelo y distracción para esa soledad. La frecuencia de esas salidas terminan en besos y manoseos, todo en secreto, para evitar el escándalo familiar.
Los amoríos del sobrino con su tía llegan a conocimiento de la familia. El padre de Mario, que vive en los Estados Unidos, viaja furioso a la búsqueda que Julia se vaya de Lima. La respuesta de Vargas es adulta, le comunica a su padre que piensa casarse. El tema es difícil porque siendo menor precisa de autorización paterna. Pero como con dinero todo se consigue en este mundo, en un pueblo pequeño consiguen un Alcalde dadivoso que formaliza el casamiento. A los ocho años la pareja queda desgastada. Hay separación: una historia de una muerte anunciada
Hay otras dos denuncias en el libro. Vargas denuncia la corrupción de la autoridad, en el caso del Alcalde que vende su autorización para el casamiento. Hay algo que los argentinos no queremos reconocer: que en general en Latinoamérica la gente nos considera soberbios, sobre todo a los porteños. Los “gringos del sur”, nos llaman.
2. LA CASA VERDE (1966)
Vargas Llosa comienza su actividad literaria poniendo al masculino como protagonista. Lo mismo ocurre con su primera novela “La Ciudad y los Perros”: en ambos casos Mario apela a trazos de su vida para ensamblar el argumento. La mujer aparece recién con su segunda novela, “La casa Verde”, que merece un estudio detenido.
La novela transcurre en el pueblo de Piura, donde un romántico trovador, llamado Don Anselmo, advierte que el pueblo añora disponer de placeres fáciles, como ocurre en las ciudades importantes. Ello determina que dispone instalar un burdel, para los pasatiempos prohibidos. La respuesta social la encabeza el cura del pueblo, de apellido García, el sermón escandaliza a la gente y genera la protesta. La Iglesia cumple su rol de protector de la moral frente al forastero sin escrúpulos. Al forastero le interesa el negocio y así nace “La casa verde”: el lupanar pueblerino.
“La casa verde” de Piura funciona no solamente como casa del placer, sino también como albergue para el delito. Don Anselmo, su propietario, rapta a la infeliz Antonia, una huérfana de padres asesinados mientras viajaban con su hija. Pasan los años, tantos, que permiten que la hija póstuma de la infeliz Antonia, llamada “La Chunga”, reabre una nueva “La casa verde”, que convoca a Don Anselmo para que reinstale y amenice la fiesta. Este sería el primer acto de “La casa verde”.
La acción de la novela se traslada a Iquitos. La capital del dolor que sufre la Amazonia sudamericana, que Mario relata en su libro post Nobel “El sueño del Celta. En este caso la ciudad también aparece como la capital del caucho, lo que cambia es la índole de los delitos que se cometen. Un portador de un rico prontuario en el Brasil, llamado Fushia, se une en Iquitos con el cacique aborigen Julio Reategui, que se ha enriquecido traficando caucho camuflado como tabaco, con los ejércitos genocidas del Eje, durante la guerra. No desaparece la mujer del relato, porque Fushia se amanceba con Lalita, luego de haber estado encarcelado por delitos cometidos por Reategui. Nos encontramos con que Mario aprovecha la trama de su ficción, para introducir algo que no es ficción, que la injusticia en nuestra Latinoamérica es una realidad cotidiana. Esta también es una denuncia que lo ubican al escritor como un hombre de izquierda.
Mujeres, pueblo y su cura, caciques aborígenes, comerciantes delincuentes han sido los protagonistas hasta ahora. Es tiempo de la reaparición de la mujer, encarnada en Bonifacia, supuesta hija de Fushia, que vive en un convento de Santa María. Las monjas se esmeran por darle una educación de primer rango ético. Resulta, sin embargo, que Bonifacia acaudilla a las internas y les abre las puertas para que vuelvan a sus casas. La congregación expulsa a Bonifacia, quien, rápidamente, se une a Lalita y a Nieves. Se ha formado una nueva banda, a la cual se integra un sargento llamado Lituma, que se casa con Lalita. La traición aparece en la novela porque Pantacha, excompinche de Nieves, denuncia su paradero para quedar preso. El final de este relato que instaló a Mario Vargas Llosa en el rango de literato, fue que Bonifacia es llevada a “La casa verde”, que reaparece como eje central de un relato, donde la mujer juega un papel de debilidad y relajamiento notables. En realidad lo que tenemos por delante es una suerte de “Sodoma y Gomorra” latinoamericano, donde la vida honesta no logra prevalecer en forma alguna.
3. TRAVESURAS DE LA NIÑA MALA (2006)
La acción de esta novela, donde su primera figura es Lily, que carga con el feo apodo de “la niña mala”, transcurre en un bortice de ciudades diferentes. Lima, París, Londres, Tokio y Madrid le dan contexto a su respectivo capítulo, pero París es París y allí se encuentra el centro de la relación humana que busca novelar Mario.
Dicha relación humana se da entre adolescentes, donde Lily es la mala y su novio Ricardo Somocurcio el noviecito bueno que se comporta como adulto.
SÍ podemos señalar que en “Travesuras de la niña mala” se encuentra atenuada la exacerbación erótica a la cual llega Mario en novelas más antiguas, como lo son “Elogio de la madrastra”, escrita en 1988 o en “Los cuadernos de don Rigoberto”, que data de año 97. El relato transcurre un largo tiempo, casi medio siglo, desde 1950 al 2006.
En “Las travesuras….” cada capítulo tiene autonomía propia, donde la respectiva ciudad donde ocurren los hechos le de carácter al relato, se trata de enhebrar tiempos y lugares diferentes, con el desafío de lograr la unidad que todo literato anhela. El libro es, en cierto modo, un breviario pedagógico vinculado a la educación sentimental.. Se trata de que es posible que la niña mala no haga sufrir al niño bueno, sin por ello conseguir que el bueno se convierta en masoquista.
Lily es una frívola que sabe utilizar calculadas manipulaciones para dominar a un joven a quien trata como si fuera un becerro. El machismo golpeador tradicional se convierte en el “varón domado” por una joven mujer golpeadora. Valentía de Vargas Llosa de poner en evidencia que el feminismo también puede ser una lacra social. Luego viene la procacidad erótica, son las “huachaferías” de los peruanos. Encontramos nuevamente a Vargas impulsando la transformación: la violencia se convierte en tranquilidad de conciencia, la rebeldía en el sentido de la vida, el sexo en el quid, pero no exclusivo, de lo erótico y el melodrama el modo de convertir dichos factores en una obra literaria.
4. PANTALEON Y LAS VISITADORAS (1973)
Los muchachos del ejército peruano necesitaban unas chicas para sus desfogues. Entonces la comandancia le encomendó al Capitán Pantaleón Pantoja que se ocupara del asunto. Hay que instalar un prostíbulo, , pero que se haga en el más estricto secreto. Cuanta vergüenza castrense si la gente se entera.
Se pone en evidencia en el relato la hipocresía de las instituciones: lo grave es que se trata de instituciones que deben ser ejemplares, como lo es el Ejército. Las consecuencias del goce prostibulario pueden ser muy perniciosas. En el libro Vargas logra conjugar el realismo social, con un sentido del humor que entusiasma al lector. Un sentido del humor bien administrado.
Estamos en presencia de una verdadera farza, porque de los bemoles del ejercicio de la prostitución, Mario se esmera en construir una reflexión moral. El escritor reconoce que el relato sale de la historia de su propia vida. Viajero infatigable por la selva, una vez descubrió que los militares recibían visitadoras en sus cuarteles.
“Pantaleón…” fue la novela que “le sirvió para descubrir el humor en la literatura”
Sostiene Vargas que la practica de “las visitadoras era una cosa oficial y clandestina al mismo tiempo, que hoy en día ha pasado enteramente a cargo de las compañías petroleras de la selva, que lo han monopolizado, y que todo el Ejército ha quedado sin visitadoras, porque al parecer, las compañías les pagan mucho mejor”. Cuanta sinceridad y valentía la de Vargas Llosa. Una valentía propia de los hombres de izquierda, no de fariseos, sino de los que buscan los cambios necesarios en nuestra organización social.
Vargas sostiene que que en América Latina hemos estado, unos países más, otros menos tiempo, sometidos a lo que pueden ser las deformaciones militares. Su intervención en la política, ha sido nefasta en nuestra historia. Reconoce Vargas que el mundo militar aparece en sus libros, como un símbolo de una deformación más general, es decir la deformación burocrática.
5. LOS CUADERNOS DE DON RIGOBERTO (1997)
Don Rigoberto es un hombre grande en años, que lleva un diario donde anota vida íntima y sus juergas. Los llamados Cuadernos son un compendio de imaginación erótica.. La creatividad artística de Vargas Llosa se manifiesta en este caso, en su habilidad para convertir la masturbación mental del protagonista en una obra literaria.
Vargas produce una ansiosa y desprejuiciada búsqueda del placer. Todo es curiosidad, todo es malicia, una plétora de ilusiones en pos de deseos insatisfechos. Se trata de una mente sucia, invadida por malos pensamientos, con una floración de imágenes prohibidas y de apetitos que inducen a explorar un mundo desconocido. “Los Cuadernos…” son un ensayo dirigido a inter-conectar el arte con la ficción onirica, llenando su contenido de vidas licenciosas.
Podemos advertir que en esta novela Mario reitera el mundo que ha mostrado en su libro “El elogio de la madrastra”, a partir de los mismos personajes, como continuando el argumento en términos de lugar y tiempo.
Se trata también de una obra de denuncia, de rebelión y de quiebre. Don Rigoberto no tiene pudor en mostrarse como un deicida, es decir un matador de Dios, cuando exalta su derecho como ser humano de ser un insurgente contra lo establecido. Esta claro que Vargas Llosa aspira transformar el mundo utilizando la fantasía. Es probable que él se satisfaga con que la gente sueñe, luego de leer su libro, con alguna propuesta sugerida en sus argumentos.
Los «Cuadernos» no concluyen con la performanse de Don Rigoberto. Éste se encuentra preocupado por el perturbador ambiente que se forja alrededor de su pequeño hijo Fonchao. Es que resulta que el menor sueña con ser la encarnación del maldito pintor austriaco Egon Schiele y con su misterioso mundo de niñas perversas y auto-retratos angustiosos. Entre esos retratos se encuentra el de la madrastra, esa mujer que actúa como principal actor de ese doble mundo de fantasías y realidades. Se ha sostenido que “Los cuadernos…” son la obra definitiva de Vargas Llosa sobre el erotismo. En ella el Autor despliega “las claves que la cultura de todos los tiempos ha dado, a través del arte, sobre los misterios del placer sensual” “Los cuadernos…” son un fino recorrido por la historia de la pintura provocativa.
6. EL ELOGIO DE LA MADRASTRA (1988)
Lucrecia es la madrastra de Fonchito, y Don Rigoberto oficia de marido. Ella es una mujer joven de cuarenta años, bien parecida, y el pequeño hijastro Fonchito, un niño en la edad donde atisban los placeres de la carne. El día del cumpleaños de Lucrecia el niño le envía de regalo a su madrastra, una cartita de regalo, donde le declara su sentido amor. Lucrecia a la noche, ya encendida por su fantasía erótica, lo visita al pequeño en su cama, con un camisón abierto que muestra sus duros pechos sin ningún pudor. Ambos festejan el encuentro, se tocan y besan, es el comienzo del juego carnal.
En el tercer capítulo el desafío de Vargas es mostrar el rol de la naturaleza corporal en el juego erótico. Como si estuviera leyendo a Erick Froom, muestra que el sentido libidinal del acto, no tiene porque limitarse a la zona erógena, sino expandirse por todo el cuerpo del ser amado. “Aquí yace Don Rigoberto, que llegó a amar el epigastro, tanto como la vulva o la lengua de su esposa”, es la leyenda significativamente sugerido por el Autor, quien también hace del vello femenino un motivo de estudio, para fulgurar o descargar el placer, según fuera su ubicación topográfica femenina.
Cuando toca volver al presente, el escritor advierte que nada se ha dicho de la vida de Don Rigoberto. Se inicia un largo relato sobre sus andanzas íntimas y, de todo ello, nos impresiona el relato del protagonista cuando leyó una revista donde se describe “como purificaban sus intestinos los jóvenes novicios de un monasterio budista de la India. Dicha operación constaba de tres ejercicios gimnásticos, una cuerda y un bacin para deposiciones. Tenía la simplicidad y claridad de los objetos y actos perfectos, como el círculo y el coito”.
Pero lo más importante es la conclusión a la cual llega Vargas Llosa, en boca de Don Rigoberto, cuando señala que “la sociedad igualitaria es imposible porque su cuerpo no está limpio”. Rigoberto se limpia muy bien una parte del cuerpo cada día de la semana.
Era hora de volver al desordenado amor de la madrastra Lucrecia con su pequeño Fonchito. El distanciamiento que había dispuesto ella del joven, para alejarlo de sus perversos pensamientos para con ella, no produjo otro resultado que la terminal determinación del niño de matarse. Cuando eso le cuenta su empleada a Lucrecia, ella primero lo desecha como posible, pero, frente a la mera posibilidad corre al cuarto del niño, a quien encuentra lloroso, desesperado por el desprecio que sufre de su madrastra. El llanto del niño enternece y desespera a la mujer. No puede seguir fingiendo, y entonces lo abraza, lo besa, se besan como si fueran dos adultos: fuertemente en la boca, con cierta desesperación. La llegada al teatro familiar de Don Rigoberto trunca la inicial relación, también el relato.
El próximo desafío de Vargas Llosa lo instala en describir y explicar el amor y la fornicación de un monstruo sin manos y sin pies, con muñones solamente, con un solo ojo, muy cercano a su boca, y que tiene una sola oreja. Agrega Mario que la repugnancia que el monstruo inspira en sus amantes se convierte en atracción, a veces en delirio. Pero ello con la ayuda de la droga. Si de esto es capaz la droga, como no entender la brutalidad asesina de tantos drogadictos que están azotando el mundo. También hay aquí una denuncia esclarecedora por parte del escritor. La droga conduce a la nada y al todo al mismo tiempo. La fealdad y el horror se convierten en un vicio.
En el capítulo titulado “Sobremesa”, madrastra y niño hacen el amor por primera vez. No hay detalles del encuentro. Se da todo por entendido. Pero si es importante señalar que ese amor prohibido le hizo tanto bien a la relación erótica de Lucrecia con su marido, que estaba loca de contenta de haberlo logrado a partir de compartir la cama con su hijo. Nos imaginamos cuantos lectores de este libro, en su vida real, se deben encontrar en situaciones, semejantes. Una mujer con el joven hijo de su nueva pareja o un hombre con la joven hija. Al regresar la Madrasta a la casa, porque había salido de compras, Don Rigoberto la insultó, la acuso de haber estado corrompiendo a su hijo y la hechó con gran desprecio. Pensó que no podía cumplir el mandato de Fausto, según el cual debía “amar al que desea lo imposible” Después Vargas Llosa describe la situación de una joven inocente, simple y pura, que recibió la anunciación de un bello hombre, de que sería madre y le declaró su amor.
Y el final del relato fue la última intentona de Fonchito de seducir a la joven empleada Justiniana, que le había estado reprochando lo hecho, motivado, según le dijo, para lograr que su padre la echara de la casa a la madrastra, para vengar a su madre. En eso estaba, cuando el niño se hizo hombre nuevamente, se abalanzó hacia la doncella, forzándola a besarle la boca a toda costa, frente a la desesperación de la muchacha, que se sentía arrastrada también ella a entregarse a los instintos precoses de ese niño tan poco común. Es decir que el escritor ha instalado un gran tema para la literatura, yendo más allá del famoso complejo de Edipo.

Nací en Buenos Aires. Fue el 10 de noviembre del año 36 del siglo XX. Ese día murió José Hernández, curiosa circunstancia: la tradición ha acompañado mi vida.
Mi padre fue Noé Humberto Quiroga, un ingeniero que pavimentó, a diestra y siniestra, muchos caminos de la querida patria. Mi madre fue Angélica, un ángel simple, que enfermó cuando me ausenté de su lado para estudiar derecho en la ciudad capitalina. Lavié fue su apellido: no dejes de usar el apellido de tu madre pues a ella le debes la vida.
Es por eso que me conocen como Humberto Quiroga Lavié.


