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Los años treinta fueron convulsivos en toda Europa, especial y trágicamente en España, donde coexistían socialistas, anarcosindicalistas, anarquistas, comunistas, liberales, monárquicos, totalitaristas, falangistas, carlistas, constitucionalistas y comunistas libertarios. El concepto de un Estado totalitario se enfrenta con el de un Estado constitucionalista surgido luego de 1931. Aquél, defendido por los militares (apoyados por lo que más tarde serían los países del eje y actuando con la connivencia no intervencionista de las democracias del resto de Europa), se impuso, a la cabeza del General Franco, quien ocuparía el poder después de tres años de Guerra Civil y de casi un millón de víctimas. España Roja fue la política de limpieza ejecutada por el franquismo sobre los perdedores. Estas circunstancias llevan a Francisco Bernareggi, junto a miles de españoles perseguidos o sumidos en la miseria, a partir hacia Argentina y fijar allí su residencia.
En 1937 obtuvo el Primer Premio de Pintura en el Salón Nacional de Santa Fe con su obra “Quietud” y expone en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez; fue escenógrafo del teatro Cervantes por gestiones de su amigo Cesario Bernaldo de Quirós quien lo insertó en cuanto lugar pudo. Así, fue vocal en el Vigésimotercer Salón Anual de Acuarelistas, Grabadores y Pastelistas y logró llegar a la Presidencia de la Academia Nacional de Bellas Artes durante 1938.
Ese mismo año Francisco Bernareggi obtiene una beca para trasladarse a la Patagonia argentina y pintar allí los hermosos paisajes del sur, especialmente los lagos lacustres. Permaneció en su exigente tarea hasta el año 1942 en que asume una cátedra en la Academia de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Cuyo. Compartió su enseñanza con Sergio Sergi, Lorenzo Domínguez, Gómez Cornet, Víctor Delhez, entre otros, y fue maestro nada menos que de Carlos Alonso, Julio Le Parc, entre tantos.
Ejerció la docencia hasta el año 1946 en que se retira por inconvenientes políticos surgidos de las intervenciones del gobierno peronista. En el año 1947 Francisco Bernareggi se presenta al XXXVII Salón Nacional donde recibe el Gran Premio Adquisición Presidente de la Nación por una de sus obras.
A mediados de 1949, retorna a Mallorca junto con su esposa Catalina Vidal y acompañado de toda la parafernalia preparada por la crítica española, que festeja el regreso de uno de sus artistas más importantes. Francisco Bernareggi decide quedarse en su amada tierra adoptiva, el terruño de sus ancestros, el humus que deglutió con avaricia artística. Instalado en Santanyí expone en la Sala Bona de Can Parra en 1950.
El 8 de abril de 1959 el enamorado de la luz, en palabras de León Pagano partió hacia la fuente divina.
Producción Artística de Francisco Bernareggi
Enamorado del paisaje de Mallorca su obra captó los distintos matices y perspectivas de su tierra; fue uno de los pioneros vernáculos (seguido, sin saberlo, por Miguel Diomede –ver también-, entre otros autores argentinos) de la obsesión por la captación de los objetos con determinada luz, la misma, la producida en determinado momento del día, determinada estación del año. Es significativa la anécdota narrada por Carlos Alonso que, en sus años de estudio en la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Cuyo veía al maestro Bernareggi, año tras año, pintar el paisaje del patio de la institución, siempre en la misma época (la obra, inconclusa, fue regalada años después por Ignacio Gutiérrez Zaldívar al propio Alonso que la conserva entre sus bienes). Soller y Bianiaraix cedieron mucho de sí para plasmarse eternamente en las telas del maestro entrerriano; nadie pintaría La Calobra con tanta pasión y talento. Francisco Bernareggi robó ese instante que no es más que un rayo de luz, hecho amanecer, ocaso; ese instante que es una eternidad para quien puede verlo. Él nació con esa visión que permite desentrañar la rima y la métrica exacta con que se expresa la naturaleza. Lírica que subyace en todos sus trabajos y escritos. Sutil, de suma sensibilidad, Francisco Bernareggi ha expresado toda su pasión y tesón en cada una de sus telas. Sus comienzos son netamente de corte impresionista, técnica que evolucionará considerablemente hasta un “impresionismo constructivo”, en palabras de su biógrafo. Fructífero fue el difícil camino de búsqueda de la perfección, con pasos firmes, personales y reflexivos. En esa senda Francisco Bernareggi es un innovador, un revolucionario, como todo aquel que rompe con las reglas; a la emotividad que le aplica a sus paisajes se suma el brillo y empaste de su paleta que agregan una dimensión: el relieve, que logra efectos lumínicos asombrosos.

Nací en Buenos Aires. Fue el 10 de noviembre del año 36 del siglo XX. Ese día murió José Hernández, curiosa circunstancia: la tradición ha acompañado mi vida.
Mi padre fue Noé Humberto Quiroga, un ingeniero que pavimentó, a diestra y siniestra, muchos caminos de la querida patria. Mi madre fue Angélica, un ángel simple, que enfermó cuando me ausenté de su lado para estudiar derecho en la ciudad capitalina. Lavié fue su apellido: no dejes de usar el apellido de tu madre pues a ella le debes la vida.
Es por eso que me conocen como Humberto Quiroga Lavié.