Argumento de «El Aleph», de Jorge Luis Borges

Argumento del libro "El Aleph", de Jorge Luis Borges

Como se señaló en la primera parte de esta nota (ver El Aleph y los infinitos de Jorge Luis Borges), el libro consta de diecisiete cuentos sin hilo conductor, cuyos nombres responden a El Inmortal, El muerto, Los teólogos, Historia del guerrero y la cautiva, Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, Emma Zunz, La casa de Asterión, La otra muerte, Deutsches Réquiem, La busca de Averroes, El Zahir, La escritura de Dios, Abencaján el bojarí – muerto en su laberinto, Los dos reyes y los dos laberintos, La espera, El hombre del umbral y El Aleph, que da nombre a la obra.

El inmortal:

Transcurre en el Londres de principios de siglo XX; Joseph Cartaphilus le regala a una princesa La Iliada, de Pope, en cuyo último tomo se halla un palimpsesto en el cual se narra la historia de un tribuno que parte en busca de un río, fuente de la inmortalidad y a cuyas márgenes se erigía, justamente, la ciudad de los inmortales, dato obtenido en medio de la agonía de un jinete romano de la época del Imperio. De los dos centenares de soldados que lo acompañan no queda ninguno con vida y el tribuno llega así, solo, a la vera de un río insignificante que no es más que un hilo de agua; bebe de ella y logra dar con la ansiada ciudad donde habitan los hombres sin tiempo. Allí se encuentra con un personaje con el que va a filosofar sobre la eternidad, condición que ha incorporado el propio tribuno, sin saber, al beber del pequeño riacho. Luego de reflexionar sobre la ausencia de tiempo y sus connotaciones el tribuno emprende un nuevo viaje, otra incansable búsqueda, esta vez en aras de un opuesto: la mortalidad.

El muerto:

Benjamín Otálora es un jovencísimo compadrito de los suburbios de Buenos Aires; carga con una muerte y la necesidad de huir de la ley. Perseguido por las fuerzas del orden, su destino es la otra orilla del Río de la Plata: la República Oriental del Uruguay, llevando una carta de recomendación para un tal Azevedo Bandeira, conocido contrabandista charrúa. Una vez llegado al país vecino, asiste a un altercado en una cantina, donde salva la vida a un hombre que desconoce y que resulta ser nada menos que el mismo a quien buscaba. Su intervención pone fin a la reyerta y Otálora continúa de juerga con agresores y agredidos. Al otro día, para su sorpresa, lo despierta el individuo que había querido atentar contra Bandeira y que él había detenido diciéndole que su patrón quería hablarle. Bandeira lo convence de contrabandear en la frontera con Brasil y hacia allí parten, donde poco a poco deja de ser un hombre urbano para transformarse en gaucho, metamorfosis que también viene cargada de una ambición desmedida y hasta cierta envidia por su jefe, ganador en los negocios y en el amor. Otálora comienza por eliminar obstáculos (personas) para ascender en la escala de mando, incluso se le cruza la idea de eliminar al mismísimo patrón. Se suceden los rumores de enfermedad de Bandeira y mientras tanto llega a la posta de Montevideo Ulpiano Suárez, mano derecha y guardaespaldas del contrabandista, de supuesto origen brasilero. Otálora de a poco gana la amistad del matón, tan sólo como parte de su objetivo, y le confía su plan de asumir las riendas de la banda luego de prodigarle a Bandeira un pasaje al más allá. Suárez le ofrece su ayuda. El porteño compadrito gana espacios de su jefe, mientras éste no da señales de vida ante su gente, que ya lo considera sólo un gerifalte nominal. Una noche, entre milongas y asado, Bandeira se presenta al convite, se levanta cuando la luna está en su cenit y le pide a su mujer (que ya había tenido relaciones con Otálora) que bese al porteño en público, a lo cual es obligada en tanto se desteje la maraña en la que Otálora, se da cuenta, ha sido envuelto: le han permitido todo casi como un último deseo para quien estaba condenado a muerte hacía mucho tiempo. Suárez, siempre fiel a Bandeira, abre fuego sobre Benjamín Otálora.

Los teólogos:

Dos teólogos luchan entre sí por argumentar de la mejor manera posible en contra de diversas sectas surgentes que buscaban explicar el tiempo y a Dios. Uno de ellos: Aureliano, coadjutor de Aquilea; el otro: Juan de Panomia. Ambos impugnaban todas las herejías nacidas de la imaginación y el temor de los pueblos; ambos, a su vez, luchaban entre sí, hasta el odio, por lograr los mejores argumentos para ello, por demostrar quién era el teólogo más sabio. Entre argumentaciones y refutaciones, humillaciones y desplantes, el rencor fue en ascenso aunque el enemigo era el mismo; la batalla era por el mismo galardón. Luego de grandes disquisiciones sobre sectas y motivos religiosos y metafísicos, Juan de Panomia incurrió en manifestaciones heréticas que desencadenaron un hecho horroroso. Aureliano debió declarar en contra de su archienemigo. Juan no quiso retractarse, mas trató de explicar sus dichos, pero sólo logró confirmar la sentencia en su contra que era morir en la hoguera. Aureliano presenció la ejecución y por primera vez creyó reconocer en la cara de Juan un rostro familiar, aunque no logró determinar a quién pertenecía. Aureliano murió de manera similar que su viejo rival, víctima de un incendio producido por un rayo. Una vez en el cielo Aureliano fue confundido por Dios con Juan de Panomia y comprendió que tal vez eran la misma persona, por lo menos para la visión divina.

Historia del guerrero y la cautiva:

En este cuento Borges narra una historia vinculada con su abuelo, quien por el año 1870 era jefe de fronteras Norte y Oeste de Buenos Aires, rodeada por ese entonces por los bravos nativos de esas tierras; historia a la que vincula con la de un bárbaro defensor de Roma, mil trescientos años antes, llamado Droctulft. La esposa del Borges soldado, llamado Francisco, y abuela de Jorge Luis, era inglesa, destinada por vínculo filial a la vida de los fortines; allí entabló relación con una enigmática aborigen de cabellos dorados como el sol y ojos azules como un cielo a punto de oscurecer. Era un inglesa al igual que la esposa del jefe del destacamento y entre ellas cruzaron algunas palabras en su lengua natal, para comprender que había sido tomada junto con sus hijos por un malón hacía algo más de quince años. En cautiverio se convirtió en mujer de un capitán indígena con el cual tenía dos hijos. La abuela de Borges le pidió que no huyera al encuentro con la tribu pues ella le daría protección y encontraría a sus hijos perdidos. Sin embargo la india dorada huiría nuevamente al desierto. Droctulft abandonó a los suyos, a los bárbaros, y defendió la cuidad romana que atacaba; la barbarie de Drocfult sucumbió ante el significado de Roma , ante la civilización; la india rubia ante la belleza feral de los aborígenes. La misma moneda, anverso y reverso, traición o conversión, historias paralelas unidas como tales en algún punto infinito.

Biografía de Tadeo Isidoro Cruz:

En plena lucha entre unitarios y federales, tropas de Suárez desbaratan una partida de montoneros, entre los cuáles se hallaba uno que terminó, como el resto, muerto en una sucia zanja. Dejó una mujer llamada Isidora y en cuyo seno abrigaba a un hijo: Tadeo Isidoro. Tadeo fue gaucho que murió de viruela; hombre tranquilo pero cargado de barbarie y con la sabiduría justa para sobrevivir en el campo. Se cobró la vida de un hombre después de sucumbir a una larga provocación. Estuvo prófugo hasta que lo cercó la ley, al que no hubo de entregarse y prefirió luchar; la policía lo hirió, aunque no antes de hacer lo propio con varios de los agentes en una lucha que se extendió hasta el alba. Fue tomado prisionero y enviado a la frontera como soldado raso donde se destacó por su coraje. Su vida tomó un nuevo rumbo y formó una familia, fue nombrado sargento de la policía rural; hasta que una noche fue destinado a apresar un malevo que debía muertes a la justicia, un desertor que procedía del mismo lugar donde habían acampado aquellos montoneros entre los que se hallaba su padre desconocido. Tadeo Isidoro junto con sus compañeros de la policía lo rodearon y acorralaron en un pajonal; tuvo la sensación de haber vivido ese momento; el delincuente hirió a varios y luchó sin ánimo de entrega; Tadeo comprendió de repente su destino, el de su interior, que le dictó que el uniforme era para otros, que lo exhortó a luchar hombro a hombro con el malhechor, que escribió en la historia ficta de Borges cómo Cruz pelea por fin al lado del gaucho Martín Fierro.

Continua Página III » Continuación de los Argumentos de los cuentos de «El Aleph»

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