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El hombre del umbral:
Borges narra una historia derivada de un hecho en el que Bioy Casares muestra un puñal adquirido en Londres, cuyo origen sería del Indostaní. Allí transcurre, pues, el cuento en el que un hombre escocés es enviado a poner orden a unos disturbios ocurridos en una ciudad musulmana, donde no necesitó más que el anuncio de su llegada para que se autoimpusiera la calma. Varios años pasaron bajo su mando y hubo paz, hasta que un día desapareció. El tiempo pasó y nada más se supo del escocés, aunque parecía que toda la ciudad conocía el secreto y lo guardaba con celo al punto de negar siquiera su existencia alguna vez. El personaje que investiga la desaparición se mueve entre mentiras hasta que le dejan una pista escrita que lo lleva hasta un suburbio; allí ingresa a un lugar que albergaba una fiesta musulmana no sin antes cruzarse con un hombre inmóvil, acurrucado y muy viejo en el umbral de la puerta. Interrogado por el personaje también se mostró ignorante del hombre escocés aunque dio rienda suelta a una historia un tanto distinta a la oficial: llegado el escocés a tierra musulmana lo único que hizo fue avasallar y atropellar los derechos y corromperse hasta la tiranía; los habitantes de la ciudad ante los crímenes del enviado británico terminaron por secuestrarlo y juzgarlo. Para ello nombraron a un juez, que por falta de sabios donde elegir recurrieron a un irracional, un loco, un orate harapiento; el juez fue aceptado por el escocés que igual resultó condenado y ejecutado. Así terminó el viejo del umbral su narración y el personaje ingresó a la supuesta fiesta donde se adoraba en realidad al loco, espada en mano, aún sangrante.
El Aleph:
A causa de la muerte de una amiga de Borges (Beatriz Viterbo) éste se hace habitué de la casa de la difunta y comparte momentos con el padre y su primo hermano: Carlos Daneri, sobre todo con este último, con quien intercambia innumerables ideas que le sirven al autor del cuento para volcar conceptualizaciones sobre diversos temas. Un día Carlos lo llama para encontrarse en un bar donde le lee las estrofas de un poema reciente y al contrario de lo que Borges creía, le pide que hable con otro escritor para el prólogo de la obra. Borges decide no realizar el trámite y cargar con la culpa de haber engañado, por desidia, al primo de Beatriz. Meses después toma nuevo contacto con Daneri quien, desesperado, le hace saber que planeaban derrumbar la casa Viterbo, a lo que Borges sólo atinó a calmarlo y convencerlo de la bondad del negocio. Daneri sorprendió a Borges diciéndole que necesitaba esa casa para poder terminar una novela, por una cuestión crucial: en el sótano había un Aleph (un espacio donde se confunden todos los espacios del orbe), descubierto por azar cuando niño. El asombro llevó a Borges a comprobar por sí la maravilla. Daneri le ofreció una copa de licor, lo hizo bajar al sótano, le pidió que se pusiera de espaldas al suelo y contara los escalones exactos para poder ver el Aleph, a lo que Borges obedeció mientras Daneri se alejaba cerrando la puerta del sótano; allí el autor sospechó que Daneri quería matarlo y él se había metido solo en la boca de un lobo que quería reservar su secreto. Sin embargo nada ocurrió, salvo la conmoción ante el hecho de poder ver el Aleph y allí a todo el universo. Lloró, de veneración y lástima. Daneri bajó para encontrar la complicidad de Borges, pero éste, por un instante, maquinó una maldad: no reconoció haber visto algo. Mas le aconsejó que vendiera la casa. El cuento cierra con una posdata donde Borges realiza algunas consideraciones sobre la naturaleza del Aleph.
EPILOGO:
Más allá de los diecisiete cuentos Borges incluye un epílogo y una segunda posdata en el año 1957 donde explica el origen y la motivación de cada uno de los cuentos.

Nací en Buenos Aires. Fue el 10 de noviembre del año 36 del siglo XX. Ese día murió José Hernández, curiosa circunstancia: la tradición ha acompañado mi vida.
Mi padre fue Noé Humberto Quiroga, un ingeniero que pavimentó, a diestra y siniestra, muchos caminos de la querida patria. Mi madre fue Angélica, un ángel simple, que enfermó cuando me ausenté de su lado para estudiar derecho en la ciudad capitalina. Lavié fue su apellido: no dejes de usar el apellido de tu madre pues a ella le debes la vida.
Es por eso que me conocen como Humberto Quiroga Lavié.
Un comentario
me encanto muy bueno