1. El Hablador (1987)
Se trata de un masculino remoto, en la noche de los tiempos latinoamericanos. Mario viajó a la Amazonia peruana, integrando una expedición de antropologos organizada por la Universidad de San Marcos. Alli escucho al lingüista Wane Snell, relatar que había convivido un año en una pequeña comunidad machiguenga, que se encontraba prácticamente fuera de la civilización. Una noche, el lingüista advirtió que el grupo reunido estaba alborotado porque iba a comparecer “el hablador” de la comunidad.
Mario quedó fuertemente impresionado. Descubrió que había seres humanos primitivos que practicaban lo que él pretendía hacer el resto de su vida: contar cuentos… Esa es la base de una idea positiva de “nación”, como grupo de pertenencia, nacida no para enfrentarse a otras naciones, sino para que se unan. Sería Mario un “hablador” en formación de una comunidad cultural, tanto mundial como latinoamericana. En esta novela no hay denuncias sobre injusticias, sino una confrontación entre la cultura occidental, ambientada en Italia, y la cultura indígena peruana.
Encuentro que Mario en este libro ha dado un tremendo testimonio de su compromiso con la división substancial cultural que existe en América Latina.
2. Los jefes y otros relatos (1959)
El primer relato se llama “Los Jefes”. La accion transcurre en el ciclo medio de un colegio secundario. Los exámenes eran una cuestión de Estado y había que enfrentar al Director. Hubo una movilización en el patio del Colegio. Rasgada se llamaba el alumno que lideraba al grupo. El Director anunció una severa sanción para el cabecilla: “Por rebelarse contra una disposición pedagógica”. Con esta descripción Vargas comienza su vida literaria con una denuncia al autoritarismo pedagógico reinante en los colegios. Otro estudiante le respondió: “tampoco nosotros podemos aceptar que nos jalen…estamos cansados”.
Dicho estudiante tenía lastimada la espalda. ¿Lo había golpeado el Director? Entonces los estudiantes decidieron no entrar al Colegio, hasta que tener una respuesta favorable a sus reclamos. Mario está denunciando al autoritarismo escolar. Los jefes estudiantiles dispusieron la huelga.
El segundo relato se titula “El Desafío”. Se trata de un duelo entre el Cojo y el Justo. Se trataba de adultos, ya no eran chicos. Se pelearon frente al boliche “El carro hundido”. El cura que pasaba apenas si los pudo separar. Iban armados de navajas.
El tercer relato se titula “El hermano menor”. Los hermanos Juan y David, en plena montaña, están a la búsqueda de un indio que ha huido. Una persona confiable les ha dicho que se encuentra en la cascada. David lo avizora, se le hecha encima ¿Qué has hecho perro? Lo patea. Juan estaba armado y el indio fue encontrado herido. David lo abraza y hay pelea. La mano de Juan esgrime el arma: “suéltalo”, grita “que voy a disparar”. El indio termina muerto
En este relato Vargas deja un mensaje de realismo que no necesita ser mágico para impresionar. También es una denuncia de la explotación e injusticia que sufrían los indios peruanos.
“Día domingo” es el cuarto relato. El relato es una profunda lección de Vargas acerca del nacimiento moral del ser humano. El amor mueve montañas y el temor también. El honor genera hombres íntegros. Hasta es posible conocer por primera vez a Dios.
“Un visitante”, es el próximo relato. Se trata de un texto complejo en materia de interpretación de personajes. Doña Mercedes es una mujer grande, a cargo de un tambo, al pie de la montaña. Una cabrita es su fiel compañera. Al tambo llega un “visitante”, llamado Jamaiquino, que es un recién liberado de la cárcel ¿A que va al tambo? Primera cuestión no claramente explicada para el lector atento.
Pareciera que Mario ha escrito este relato con el desafío, para que sean los lectores quienes concluyan el argumento.
Con “El Abuelo” concluye la serie de relatos, que comenzara con “Los Jefes”. La trama es la siguiente: “El abuelo escuchó que el niño le gritó a su padre “hoy acaba el castigo, dijiste siete días y hoy se acaba”. Era el momento decisivo para el abuelo. Con un fósforo prendió la vela y entonces admiró como la calavera se había iluminado del todo. “Se prendió toda, exclamó maravillado”.Un grito salvaje” escuchó el abuelo. Proferido por su nieto al descubrir, con terror profundo, la calavera encendida, en el suelo. El abuelo pensó que los hechos habían resultado perfectos. Se levantó y marchó destrozando los crisantemos. Atravesó la puerta, justo cuando también escuchó el grito de su nuera. Salió a la calle sonriente y satisfecho, respirando tranquilo”.
Se nos ocurre que este es un relato propio de la literatura fantástica. Aquí Vargas Llosa escribió como si fuera García Marques, siendo tan joven. Pero además es el anuncio y descripción de la demencia senil, propia de la naturaleza del hombre. Aquí no hay denuncia alguna, sino pura maravilla literaria.
3. Los cachorros (1967)
“Los cachorros” es un relato no muy extenso, pero sabroso. Cuellar ingresó en el Colegio Champagnat. Estaba inscripto en el Tercero A. Era muy bajito. Pronto mostró su inteligencia, hasta quedar primero en su grado. Pero llegó el accidente…
Cuellar era un estudiante petisito, un estudioso de primera. Al chico no le faltaba mérito. No quería descuidar ninguno de los amores de su corta vida. Porqué abandonar el estudio por el juego. Ambos fueron atendidos con esmero. Buscando tiempo llegó siempre primero. Ya estaba en el seleccionado del Colegio. El hermano Lucio era el responsable del equipo..
Fue en la ducha donde dio el resbalón Cuellar, quedó desmayado, también se lo vio sangrando. En la misa del domingo todos rezaban por su restablecimiento. En el recreo se decía que el responsable de la caída había sido el compañero Judas. ¡Que nombre elegiste Mario, para el desagravio! Decían que Judas le había dado un mordisco. Después Cuellar se fue a “a la Montaña, a Tingo María, a sembrar café, decían”. Se mató en un choque en las curvas traicioneras de Pasamano.
Nos parece que en “Los cachorros” Vargas continúa en la saga de “Los Jefes”. No hay denuncias porque no hay responsables. Hay fantasía en la búsqueda del sentido de la vida.
4. La ciudad y los perros (1962)
El Colegio Militar Leoncio Prado de Lima, es donde transcurre la acción de la novela. La vida en el Colegio es puro desarreglo. Los cadetes son hombres y sufren calenturas insatisfechas. Primero caen las gallinas en su febril imaginación. Y luego un gordito, sospechado de maricón. Todo forma parte de la “Ciudad de los perros”.
Este libro de Vargas es también un ensayo sobre la soledad. La soledad de las esposas abandonadas por sus maridos; la soledad de las madres frente a esos hijos -como lo eran los cadetes- que los días de franco si iban a buscar a sus novias, o aventuras, también para darle sosiego a la soledad. No es una denuncia sino una inquisición humana: la lucha para comunicarse y, luego, el desafío de la libertad.
Otro tema social que considera la novela, es el trato diferencial que se les dispensa a los “serranos”, es decir a los cholos, a los hijos de la tierra. Es evidente que el Colegio era un albergue democrático, porque no hacía discriminación en el ingreso. Pero dentro había malos tratos, burlas, ridiculizaciones por ese físico masetón y retacón de los serranos. Preocupación sociológica de Vargas, que se vuelve denuncia. “Lo cierto es que los serranos no eran cobardes”.
Ahora Vargas pone en el relato las andanzas del chico Higueras. Su sueño era ingresar al Colegio Leoncio Prado. Pero se había convertido en un ladrón: había entrado en una banda a robar casas de ricos, temporariamente deshabitadas, en Magdalena, en la Punta, en San Isidro, en Orrautia, entre otros lugares. La plata se la gastaba Higueras en putas. La madre necesitaba dinero, pero el chico prefirió el otro camino… La madre no lo quiso ver más. Se murió de un ataque al corazón. Finalmente su padrino lo inscribió como candidato al Colegio
Concluye el relato policial de Vargas con un final esperado. El Jaguar confesó por escrito que él había matado al Esclavo. Pero el Teniente Gamboa no se lo entregó a sus superiores, por una suerte de solidaridad humana con el Jaguar. El Esclavo había sido un soplón. No hay denuncias, sino un principismo ético, abierto a la discusión.

Nací en Buenos Aires. Fue el 10 de noviembre del año 36 del siglo XX. Ese día murió José Hernández, curiosa circunstancia: la tradición ha acompañado mi vida.
Mi padre fue Noé Humberto Quiroga, un ingeniero que pavimentó, a diestra y siniestra, muchos caminos de la querida patria. Mi madre fue Angélica, un ángel simple, que enfermó cuando me ausenté de su lado para estudiar derecho en la ciudad capitalina. Lavié fue su apellido: no dejes de usar el apellido de tu madre pues a ella le debes la vida.
Es por eso que me conocen como Humberto Quiroga Lavié.